Alimentando la esperanza
Los enfrentamientos entre el Ejército, la guerrilla y los grupos paramilitares llevan medio siglo desangrando Colombia. Hasta ahora, nadie ha sabido dar con la receta que ponga fin a tanto sufrimiento. La Corporación Vallenpaz ha puesto sobre la mesa alimentos que están contribuyendo a acabar con la violencia en una de las zonas más castigadas por ella: el Valle del Cauca. Detrás del distintivo Cosechas de paz, hay un proceso de convivencia interétnica, de recuperación de cultivos y de supervivencia. Un proyecto galardonado por la Corporación Andina de Fomento como la mejor iniciativa de desarrollo social.
La historia de Vallenpaz es la de un grupo de hombres y mujeres que, hartos de vivir bajo la dictadura de las balas, se internaron en la selva para buscar la causa de tanta sinrazón y actuar sobre ella. Al frente de ellos estaba Rodrigo Guerrero, un médico polifacético que ha sido rector de la Universidad del Valle, alcalde de Cali y mediador con la guerrilla.
Guerrero participó en la gestación del Plan Colombia, concebido inicialmente como un Plan Marshall de inversiones masivas para erradicar la coca. Desencantado con los derroteros que tomaba el proyecto, decidió hacerlo a su manera. “Había que poner en marcha un movimiento social que incluyera a gente y organizaciones de todos los sectores decididos a acabar con los problemas del suroccidente colombiano. Se lograron 700 socios,y recibimos más de 200 proyectos”, explica Rodrigo.
Para ejecutarlos han sido necesarios capacitación, recursos y microcréditos. En la consecución de estos tres elementos ha sido decisiva la Fundación Codespa. La ONG española apoya programas productivos que integran a los pequeños y medianos productores de escasos recursos. Con su ayuda, Vallenpaz ha logrado un cambio social y un progreso económico en la zona. Sus armas han sido recuperar el tejido social, una cultura de paz y el desarrollo de sistemas ecológicos, competitivos y rentables.
Así fue como indígenas, afrodescendientes y mestizos, de costumbres antagónicas, se embarcaron en esta aventura. Cambiaron las plantas de coca que vendían a la guerrilla por productos locales y superaron los recelos de ésta, que llegó a acusar a Vallenpaz de ser un proyecto de EEUU para desacreditarles. Gracias al asociacionismo, ganaron la confianza de los insurgentes.
El proceso no ha sido fácil y mucha gente ha muerto en el camino. Pero hoy, el sello Cosechas de paz identifica a los productos cultivados por campesinos de 92 asociaciones. Su producción limpia (respetuosa con el medio ambiente), su procedencia de zonas de conflicto (donde representa una alternativa económica) y el mercadeo directo (sin intermediarios) han convertido a esta marca en un símbolo de esperanza para las comunidades. El número de familias beneficiarias supera las 5.000, repartidas en 20 municipios. El reto de Vallenpaz es ahora replicar su proyecto en otras zonas del país.
Una apuesta por la convivencia
La Constitución de Colombia se modificó en 1993 para introducir leyes a favor de las minorías étnicas. Entre ellas, la Ley 70, aprobada ese mismo año. Su texto reconoce el derecho a la propiedad colectiva a las comunidades negras de las zonas ribereñas de los ríos de la Cuenca del Pacífico. De acuerdo con sus prácticas de producción y su sistema políticco: los Consejos Comunitarios.
Una de estas comunidades está en el corregimiento 8 Buenaventura, en el Valle del Cauca. El municipio, principal puerto marítimo del país, es, sin embargo, uno de los más pobres. Aquí, la corporación Vallenpaz ha puesto en marcha un proyecto para mejorar el proceso productivo y con él la economía local de 200 familias campesinas. En paralelo, y gracias al apoyo de Codespa, contribuye a consolidar una sociedad resquebrajada por la violencia y la marginación. El fin último es apoyar el retorno de los desplazados. Garantizar su sostenibilidad económica y su seguridad alimentaria.
Si recuperar la producción agrícola es difícil, más lo es reconstruir las vidas marcadas por el conflicto. Los habitantes de esta comarca han sobrevivido a tres masacres, han perdido posesiones y seres queridos. Después de un largo exilio, han vuelto a empezar de cero.
Aún perduran en la memoria colectiva el frío, el miedo y la humedad de las noches que pasaron escondidos en el monte. “Nos calzábamos las botas y nos íbamos al bosque con las mujeres y los niños. Con un plástico, una linterna y un machete”, recuerda Manuel Heriberto Guerrero, víctima de extorsiones y amenazas de la guerrilla. Eran los tiempos en que ésta llamaba a las puertas de las casas y asesinaba a sus moradores a la vista de todos. Cuando un virgo valía 50.000 pesos y muchas niñas fueron violadas.
“Hemos pasado cosas horribles que no queremos volver a vivir”, asegura Eva Plaza, de la asociación de mujeres Asomujer. Por eso, han iniciado una resistencia pacífica contra los grupos armados y los cultivos ilícitos. Una defensa a muerte de su tierra, fértil y pródiga en atractivos turísticos.
Pero familia que no está bien, no produce bien. La rehabilitación psicológica es prioritaria. En ella juegan un papel fundamental los orientadores y escuchadores. Son en su mayoría jóvenes voluntarios, que se han formado robándole tiempo al sueño y luchan por devolver la vida a la comunidad. Violencia doméstica, riñas vecinales, problemas de tierras… Escuchan el testimonio de los vecinos y actúan como mediadores, jueces y psicólogos, según convenga. Les ayudan a exorcizar sus demonios, a resolver los problemas sin violencia y a vivir en armonía. Son pacificadores anónimos.
La iniciativa cuenta con el respaldo de la Corporación Vallenpaz, la Fundación Codespa y la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (AECID) y con un aliado de excepción: el chontaduro.
Los beneficios obtenidos del cultivo y la comercialización de este fruto, de gran valor nutritivo, han permitido a los vecinos, por primera vez en mucho tiempo, soñar con un futuro en paz.
Vuelta a lo tradicional
Los municipios del Norte del Departamento del Cauca han sido durante décadas una de las despensas de Colombia. La producción de cacao de primera calidad era la base de la economía de la región. Las fincas tradicionales ofrecían una variedad de cultivos y frutales que garantizaban su seguridad alimentaria. Pero en los años 70, el conflicto armado provocó el abandono de las tierras y acabó con la riqueza.
La caña de azúcar sustituyó al cacao. Con ella llegaron la contaminación del agua, la sobreexplotación del suelo y la deforestación. El paisaje no volvió a ser el mismo.
Este cambio de escenario dejó a las familias desabastecidas. Sin herramientas ni conocimientos para iniciar un cultivo alternativo. En este contexto, Vallenpaz puso en marcha una iniciativa para hacer competitivo el viejo sistema de producción agroforestal de las comunidades afrocolombianas. Su objetivo, conseguir la reactivación económica y social de la zona.
Indígenas, afrocolombianos y mestizos dejaron atrás sus diferencias ancestrales y se pusieron a trabajar. La capacitación, la introducción de mejoras como el sistema de riego y el asociacionismo han sido las claves del éxito. Tanto, que el programa se ha convertido en un modelo a nivel nacional.
La Asociación Agrocauca, que aglutina a gran parte de los pequeños productores es la encargada de comercializar los frutos. El 60% va destinado a los mercados locales. El resto se reparte a mercados secundarios, tiendas, pequeños almacenes y cadenas de hipermercados.
Nelson Bolívar (nombre ficticio, por su seguridad) es uno de los indígenas involucrados en este proceso. Valora el esfuerzo de Vallenpaz para enseñarles a provechar mejor sus recursos, la integración interétnica y el que los beneficios reviertan en la comunidad. Sin embargo, vive atemorizado. “Las tierras indígenas son estratégicas para los narcotraficantes y la guerrilla. «Hay muchos intereses que dañan nuestras veredas», explica con el susto aún en el cuerpo, tras una acción armada.
A pesar del miedo, Nelson y sus vecinos siguen adelante. El regreso a la producción orgánica de cacao ha permitido recuperar las recetas de las abuelas y toda una forma de vida amenazada por la soja y la caña. Pero hay otros cultivos. En la finca Brisas de Río Palo José Norberto Mina siembra plátanos, limones y aguacates. Se formó como empresario y ha logrado triplicar su producción y mejorar su calidad. “Ahora se cómo vender sin necesidad de intermediarios” explica orgulloso.
Gracias a un convenio con la Unión de Payeses Catalanes, envían temporeros a España. Estos jóvenes agricultores aprenden al tiempo que trabajan como recolectores y ahorran unos euros para mejorar la economía familiar.
Andrés Felipe Colorado afirma que cuando mira hacia atrás “uno se siente aterrado del progreso que se ha creado en la zona”. La independencia económica y la unidad ha fortalecido a estos agricultores frente a los guerrilleros. Este finquero lo tiene claro: “la oportunidad del cambio está servida”.
Fuente: http://www.elmundo.es/especiales/2009/05/solidaridad/colombia/
Completísimo y extenso artículo lleno de optimismo. Muchas veces admiramos a un cantante, actor o deportista famoso por lo bueno que es en su profesión, pero lo que está haciendo esta gente no tiene nombre… como en la canción de Nach «héroes», para mí estos son auténticos héroes porque trabajan en circunstancias muy adversas y de mucho riesgo (la guerrilla y los narcotraficantes acechan a la vuelta de la esquina) y a pesar de ello, siguen incansables hacia su objetivo.
Esto es un ejemplo de como, si todo el mundo se une y se dejan las diferencias, conseguir objetivos comunes es mucho más factible que si nos dedicamos a pelear entre nosotros. El tratamiento psicológico es imprescindible, y destaco la frase que dice «familia que no está bien, no produce bien» y, efectivamente, no somos máquinas, somos seres humanos.
«Ahora se como vender sin necesidad de intermediarios», me encanta esa frase, algo que no pueden decir triunfitos, factor x y escoria semejante. Esa gente no es artista, es súbdita de las multinacionales, y son capaces de renunciar a todo por dinero, el dios capitalismo por medio como no (que lo que toca lo jode), con tal de ser una estrella mediática a la que ridículamente adorar (cuanta ignorancia la nuestra).
«La oportunidad de cambio está servida»: ese es el inicio de toda recuperación… creer que se se tiene la oportunidad y se puede aprovechar. Insisto, esta gente si que es heroína, tienen unos principios muy claros, no los defraudan y tienen muchísima capacidad de superación. Sin duda, un ejemplo a seguir…